lunes, 22 de junio de 2009

Cuando todo empezó

" ¡Ay! ¡Al fin puedo escribir en tí, mi querido y anhelado diario! ¡Se acabaron esas formas de escribir, contando lo que sucede en la realidad! Desde ahora escribiré lo que pienso, dejando que mis pensamientos fluyan desde mi cerebro hasta la punta del boli [...]. Desde hace mucho tiempo quería mancharte con un poco de tinta dibujando hermosas palabras, pero parecía que el mundo entero intentaba impedírmelo. Primero, los deberes, luego, los exámenes, y cuando tengo unos minutos libres... ¡Celiaaaa [...]! justo cuando la punta del boli rozaba tus páginas. "

Recordando cómo empezó ese amor platónico por la literatura. Este fragmento de hace (miro la fecha)... ¡¿sólo 5 años?! podría tratarse de mi primera declaración oficial. Mucho antes leía libros, cuentos, de todo... Pero aquí fue donde empecé a tomar cartas en el asunto. Descubrí que estaba "enamorada" de verdad. Entonces volqué todas mis ganas en el asunto, y a parte de leer empecé a abrir la puerta de otro mundo en el que podía crear lo que leía. Lo que yo leía y lo que los demás leían. Empecé a experimentar el placer de tener en mis manos algo salido de mi cabeza. Parecía magia. Mucho antes, cuando era muy muy pequeña, no recuerdo la edad exacta, ya había escrito cuentos. Tengo que encontrar esos cuentos. Eran muy absurdos. Pero su gran significado es evidente. Además, tenían dibujitos debajo del escaso texto. Como los libros para niños.

Ahora ese amor se ha consolidado, pero también ha cambiado. Ya no existen los mimos y carantoñas del principio, esa cercanía acaramelada de los "recién casados". No necesitamos vernos tan a menudo, ni podemos hacerlo por mi culpa. Pero sigue ahí cada vez que la necesito. Nos basta una mirada para que la una sepa que la otra no la ha abandonado. Y que tampoco tiene planeado hacerlo.

viernes, 19 de junio de 2009

¿Aleluya?

¡Qué de preocupaciones! ¿Seguro? Sólo tenía que estudiar... Sólo preocuparme por estudiar. Era aburrido, sí, y estaba deseando, sí, acabar de una vez por todas... Qué digo deseando. Ansiando. Desesperando. Imaginando un mundo idílico y surrealista (eso me parecía por entonces) en el que estar en casa no fuese sinónimo de estar estudiando. Estar en casa, pensaba, sería sinónimo de tranquilidad, relajación, meditación, descanso, lectura, escritura, conversación, libertad... Hacer lo que siempre estaba deseando hacer y nunca era capaz de emprender. Por la culpa de esas hojas llenas de apuntes, y sobre todo y en especial por la culpa de esas hojas vacías de apuntes que había que llenar.

Ya tengo lo que quería. ¡ALELUYA! ALELUYA. Aleluya. ¿Aleluya?


No sé, esto acaba de empezar y tal vez me precipite, pero... ¿no es demasiado soso? ¿No existe término medio? ¿Tiene que ser o todo o nada? A lo mejor lo de no hacer nada se sube a la cabeza y te vuelve un borracho desprovisto de más iniciativas que mirar a tu alrededor y decir ¿qué hago? ¿qué hago? ¿qué hago? continuamente, hasta que te das cuenta de que ya no puedes hacer mucho más que volver a la rutina que tanto ansiabas aniquilar.

Si algo se aprende de esto, es una regla que siempre se cumple (aunque siempre sea una palabra demasiado rotunda). El ser humano nunca se conforma con lo que tiene. Es más, el ser humano está condenado a no conformarse JAMÁS con lo que tiene.

No me gusta esta condena.