sábado, 27 de marzo de 2010

El pasillo y los barriles

He quedado con una amiga en la estación y acabo de llegar al andén, pero por más que miro a mi alrededor no consigo verla. Repentinamente, soy consciente de que este no es el lugar. Realmente mi amiga me está esperando en el andén de enfrente; puedo verla. De manera que vuelvo a las escaleras mecánicas para subir a la pasarela, que me llevará a otras escaleras mecánicas, que me conducirán al andén vecino.

Llevo conmigo una gigantesca maleta, casi tan grande como yo, pero el hecho no parece afectar mi marcha: puedo correr arrastrándola sin problemas, incluso sin darme cuenta de que la llevo conmigo. Pero… ¿qué ocurre? Estoy en las escaleras y no paran de subir y subir. Suben más alto de lo que deberían, y puedo contemplar como mi amiga se ve cada vez más distante allá abajo. Culpa mía. He elegido las escaleras inadecuadas. Allí, entre la de repente complicada madeja de escaleras mecánicas, diviso la más cortita que debería haber cogido. Es demasiado tarde para retroceder, así que dejo que la escalera me deposite en el piso más alto de la estación. Ya buscaré un camino hacia abajo, no tiene que ser muy difícil.

Pero todo es demasiado laberíntico. Tanto que acabo en un edificio que no reconozco. ¿No estaba en la estación? Vago por pasillos con puertas y ascensores. No sé dónde estoy. Pero algo acaba por indicármelo. Al torcer una esquina, en un rincón y enfrente de un ascensor, una puerta abierta con el letrero “habitación triple” me descubre el interior de una acogedora estancia. Dentro de ella, una cama enorme con colcha de color verde campo y una desmesurada cabecera de madera oscura. Junto a ella, una cama un poco más sencilla. Ambas camas eran tan grandes que podrían haber cabido tres personas en ellas. De hecho, creí distinguir tres hoyuelos en cada una de ellas, como si quienquiera que las hubiese usado para su descanso acabara de levantarse. Cuando vi aquella habitación, a parte de la agradable sensación de confortabilidad que me produjo, no puede evitar preguntarme si el letrero de la puerta no estaba confundido. Aquella tenía más pinta de habitación para 6 personas que para 3.

Tuve que abandonar el lugar. Se estaba haciendo tarde y no quería hacer esperar a mi amiga. Pero no sabía por dónde empezar a buscar. Finalmente, decidí salir de aquel edificio. Por lo menos así, suponía, mirándolo desde el exterior, podría distinguir un edificio de otro y ver dónde estaba la estación de tren, de la que sin darme cuenta había salido en algún momento. Estaba convencida de que estaría, por lo menos, bastante cerca de aquel hotel en el que había estado. Eso si no estaba al lado.

La sorpresa me la llevé al llegar a la calle. Allí no había más que muchos edificios, pero ninguna estación de tren. Empecé a dar vueltas a la manzana, desesperada, porque se hacía cada vez más tarde y no hallaba rastro de mi destino. Al final, decidí preguntar a una chica que pasaba por allí.
-¿Perdone, dónde está el aeropuerto?
No sé por qué, pero de repente tenía necesidad de encontrar un aeropuerto en vez de una estación de tren. La mujer me respondió enseguida:
-Ahí- dijo señalando la puerta que teníamos justo al lado.
Miré en esa dirección, pero lo único que vi fue la puerta negra de un portal, a decir verdad algo envejecido. Lo contemplé sin entender.
-¿Ahí?- repetí como para asegurarme.
-Sí, sí- dijo la señora.
Me condujo hacia el lugar y abrió la puerta. Al otro lado un oscuro pasillo empezaba gris y terminaba en la más invisible negrura.
-Tienes que atravesar estos pasillos, encontrar el camino a través de ellos…

Mientras hablaba, yo ya había entrado en aquel sitio y avanzaba en la penumbra; enseguida me quedé envuelta en oscuridad y tuve que tantear las paredes. Pero todavía podía oír la voz de la mujer y visualizar en mi mente todo lo que me describía.
-Justo enfrente de esta puerta, una vez hayas atravesado el pasillo, encontrarás un hombre,…
Continué avanzando; la voz de la mujer se iba apagando cada vez más. Además el pasillo tenía muchas curvas y yo me esforzaba por mantener la orientación, ya que aquello tenía pinta de laberinto, y si debía encontrar a un hombre justo enfrente de la puerta, en esa dirección tenía que dirigirme.
-…lanzará… barril, pero… segunda… lo dejara caer… cogerlo.
Apenas la oía ya, y al poco rato, inesperadamente pronto, vi una luz y me dirigí a ella. El techo del pasillo era muy bajo, pero en aquel lugar de donde venía la luz descubrí que el claustrofóbico corredor se abría al aire libre a través de una pequeña puerta. Había allí un pequeño patio, un cuadrado de césped entre cuatro paredes, y sobre ese terreno se alzaba un hombre muy alto, muy alto. Un gigante, según pensé.

El gigante me lanzó un barril, y yo lo cogí al vuelo. Sabía que tenía que hacerlo si quería que me dejara pasar al aeropuerto, según me había dicho la señora. Pero recordé tarde la siguiente instrucción de la mujer, tal vez en parte porque no la llegué a oír. El gigante lanzó un segundo barril, pero esta vez me lo puso más difícil dejándolo caer más cerca de él y por tanto más lejos de mí. Como me pilló por sorpresa, no lo conseguí coger al vuelo. Y eso que había sido avisada de que el segundo lanzamiento de barril sería más difícil… Tonta de mi…

La llegada al aeropuerto/estación de tren no llegó a producirse, porque desperté.

1 comentario:

  1. Me gusta. Sobre todo el principio.
    Qué sensación de agobio, saber que tienes a la persona que buscas al lado pero te vas alejando sin poder remediarlo...

    Un saludo y hasta la próxima.

    ResponderEliminar