domingo, 28 de noviembre de 2010

Sea usted asertivo, cómo tratar con los demás; de Robert Sharpe

"La amistad surge en los lugares más inusuales. [...] A esto se le llama desenfoque ya que, en vez de ir específicamente a un lugar para hacer amigos - situación en la que usted puede estar tan ansioso por relacionarse que eche para atrás a todos aquellos con los que se encuentre-, usted asume que a lo largo del día cualquier persona que conozca, sea cual sea el contexto - social o de trabajo-, se puede convertir en amiga. "
SINOPSIS

Deseo:
* Tener más y mejores amigos
* Desarrollar relaciones más estrechas
* Comunicarme mejor con las palabras y con mi cuerpo
* Salir airoso en las negociaciones y las entrevistas
* Ejercer la crítica constructiva
* Conseguir buenos acuerdos
* Exigir sus derechos
¿Le parece mucho?
Si usted cree que puede, y debe, conseguirlo, entonces este libro le está destinado. Robert Sharpe le ofrece un verdadero curso práctico de asertividad que le capacitará para ayudarse a sí mismo y a los demás en un buen numero de cuestiones en las que mucha gente se comporta con torpeza o desconcierto.
Aprenderá a convertir sus frustraciones en una fuerza poderosa gracias a la asertividad.

Este breve pero útil libro hace una disección de situaciones sociales ante las que nos encontramos frecuentemente en la vida cotidiana, y muestra que no todo es tan evidente como parece. Resulta que tenemos derechos que pasamos por alto, y ya no solo en las entrevistas de trabajo, ¡sino en las conversaciones comunes y corrientes! Hay tantas cosas que hacemos sin darnos cuenta, y que podríamos hacer de una forma mucho más beneficiosa para nosotros.

La planificación se presenta muy acertadamente como un elemento fundamental en la comunicación. En verdad, ¿cuántas veces la ira o el ansia por hacernos entender ha hecho que perdamos los nervios y nuestros argumentos quedaran pisoteados bajo el peso de un mensaje demasiado emocional? Y es que la planificación ayuda entre otras cosas a eso, a controlar que lo que digamos tenga la dosis precisa de emoción, de hechos y de necesidades.

Efectivamente, el equilibrio es la base de la mayoría de las cosas bien hechas. Equilibrio en los componentes de la comunicación, equilibrio en el intercambio de información, equilibrio en lo que cada parte cede en una negociación, equilibrio en cuanto a la distancia óptima a mantener en una relación en la que cada parte tiene sus propias preferencias, equilibrio…

Otro aspecto llamativo es la amistad considerada como un “juego”. Y es que hay veces que uno siente la imperiosa necesidad de conocer gente nueva, ¡y no sabe cómo! Tendemos a pensar en sitios a los que ir específicamente para encontrar nuestro objetivo, cuando un planteamiento muy original es el del desenfoque: ¿por qué no considerar a todos como potenciales amigos? Cada día, con las miles de personas que pasan a nuestro lado, podemos jugar al “juego de hacer amigos”.

Todos estos puntos que he mencionado (y otros muchos a lo largo del libro) son aquellos que me han parecido más curiosos, ya sea porque los pasamos por alto o porque pueden ser la mar de útiles en la vida diaria. Sin embargo, he de añadir que la propia experiencia me ha mostrado que aplicarlos no es tan fácil como parece. Pararse a pensar las cosas es algo que se pasa por alto la mayoría de las veces: es una mala costumbre difícil de abandonar, nos enfadamos y saltamos al ataque. O simplemente creemos que si paramos nuestro discurso el otro nos interrumpirá (y puede que sea verdad). Por eso es importante tener en cuenta tanto nuestros derechos como los de los demás.

Porque al leer “Sea usted asertivo” podemos quedar tan satisfechos ante la cantidad de derechos que tenemos, que corremos el peligro de entregarnos apasionadamente a ellos y olvidar que los demás también son personas como nosotros.




domingo, 7 de noviembre de 2010

Sueño producto de una clase magistral sobre la muerte y sus posibles interpretaciones

Viajo en tren. A mi lado, va mi profesor de psicología. Me lleva con él a visitar tierras exóticas. Por la ventana desfila el paisaje: praderas y colinas de un suave verde, salpicadas de plantas y de árboles. Todo es hermoso, hasta que me sorprende una insólita imagen: en una de las praderas, varios personajes están incinerando cadáveres. Los tumban en camillas y les prenden fuego, y a medida que se consumen van languideciendo y cayendo al suelo. A pesar de lo que uno se pueda imaginar, no es una visión macabra, sino que todo ocurre de forma limpia y tranquila.

Ahora he llegado al destino. Junto con varias compañeras que también venían conmigo, me llevan a una construcción, perteneciente a la población indígena del lugar. Allí dentro recorremos una serie de habitaciones, donde podemos aprender distintas peculiaridades de la cultura de esas gentes. Uno de esos habitáculos está alumbrado con una luz anaranjada y tenue, y en su interior hay muchos indígenas vestidos con extrañas ropas. Algunos llevan máscara y la mayoría se maquillan de colores vivos. Parece que se preparan para alguna celebración. También hay una muñeca extraña colgada en la pared, que recuerda a las máscaras y colores vivos que llevan los indígenas. Alguna de mis compañeras pregunta acerca del significado de esa muñeca.

Después me encuentro subiendo con mis compañeras por una carretera. Es una carretera espiralada que asciende alrededor de una montaña. A mi izquierda, en el lado cóncavo de la carretera, se apelotonan las fachadas de los edificios, con sus puertas y ventanas. La carretera es estrecha y no tiene acera. A mi derecha, en el lado convexo de la curva, una vez que termina el asfalto, el terreno desciende para precipitarse a un profundo abismo, y más allá vuelve a resurgir en forma de altas y suaves colinas tapizadas de vegetación, de ese verde suave ya mencionado. No hay barrera alguna de separación entre la carretera y el abismo. Además, todo lo que acabo de describir ha de imaginarse bañado en negro, porque en el momento en que camino por la carretera es noche cerrada. Por añadidura, a veces vienen coches hacia nosotras. La carretera es estrecha y hay que apartarse para que los coches puedan pasar. El problema es que los coches, aunque lleven luz dada, son muy difíciles de ver. Muchas veces la luz es débil y además sólo se ve en un determinado ángulo. De manera que, en un momento determinado, creo ver un débil destello dorado cerca de mi, que luego desaparece, y apenas me da tiempo a apartarme hacia el lado del precipicio para no ser atropellada cuando el coche me pasa rozando. A partir de ahí suceden muchas cosas un poco confusas. Pienso en la compañera que camina detrás de mí, en avisarla del coche, pero o no me da tiempo o no considero necesario hacerlo. El caso es que, cuando aún me estoy recuperando del susto e intentando no caer al precipicio, escucho un golpe de coche contra carne y un grito fuerte, agudo y breve detrás de mí, en el lugar donde debería haber estado mi acompañante. Luego, silencio. Me asusto, pido socorro, y me cuelgo del precipicio con ambas manos. ¿Por qué tal temeridad? Creo que pretendo apartarme al máximo de cualquier coche que pudiera pasar y empujarme. Paradójicamente, pienso que estaría más segura en el precipicio que en el lugar desde el cual podía caer a él. Las demás acompañantes se han apartado sin problemas y están a salvo en el lado de las fachadas. Dicen que van a buscar ayuda, porque al estar todo tan oscuro no sabemos lo que ha pasado. ¿Por qué ha gritado la chica? ¿Le ha pillado el coche? ¿Ha caído por el precipicio? Mi parte racional me dice que es lo último, pero hasta que no lo vea con mis propios ojos me niego a pensar en ello. No tengo que esperar mucho para que vengan. Me levanto en medio de la carretera y, a la luz que traen, veo lo que no quería ver: la carretera completamente vacía. Ni rastro de aquella chica que ha gritado. No hace falta decir nada, ni asomarse al precipicio, porque sabemos que la única pista que encontraremos será negrura insondable.

Se hace una misa por los muertos. Sí, al parecer han caído dos. Yo siento una tristeza indiferente. Ninguno de los muertos es muy íntimo mío. La misa es al estilo de los indígenas de la zona. El que la oficia es un hombre de mediana edad, canoso, con cara de buena persona y voz amable. Yo estoy en primera fila, y en un momento determinado me pregunta si tengo algo que decir, a lo que le contesto que no. Después, pide a los presentes que digan cualidades de los difuntos (cualquier cualidad, no tiene por qué ser buena). Algunos levantan la mano y responden, y el hombre va apuntando lo que dicen en una pizarra. Al final de la misa me levanto, y por primera vez pienso de verdad en lo que ha pasado. De verdad, porque me doy cuenta de que una de las personas que ha muerto es una amiga mía. Así que mi tristeza indiferente pierde un poco de su indiferencia.