Me enamoré de las letras de Ana María Matute con la lectura de Olvidado Rey Gudú, y por eso no quise perder de vista sus obras. Así que cuando me encontré esta antigua edición de Planeta por 1 euro en la cuesta de Moyano, me lo compré como quien se compra un dulce (que a nadie le amargan). Así pues, tenía puestas ciertas expectativas en Pequeño Teatro. No muchas, porque me sonaba haber leído opiniones moderadas sobre ella, pero sí las suficientes como para haberme llevado una pequeña decepción. Y no por sus letras, que siguen enamorando con sus sensibles combinaciones, sino por la historia, de la que he sacado poco en claro.
No creo que pueda decir mucho de la trama, porque o bien no la hay como tal, o bien no he sabido seguirla. Sí que hay un final, pero los acontecimientos que ocurren antes del mismo me han resultado caóticos y algo repetitivos. Aunque también es cierto que la vida puede ser así: caótica y rutinaria.
La novela comienza situándonos en un pequeño pueblo pesquero llamado Oiquixa, un escenario que invita a la tranquilidad y a la nostalgia, y que nos hace evocar continuamente el sonido de las olas de fondo.
Y si el nombre de la población os ha resultado tan curioso como me lo pareció a mí, el del protagonista, Ilé Eroriak, no es para menos. En realidad, algo que me ha gustado de Pequeño Teatro ha sido la originalidad y musicalidad de algunos nombres propios. Ilé es un sucio y pobre muchacho que vagabundea por las calles de Oiquixa, más dado a escuchar que a hablar. Al principio su único amigo es Anderea, un titiritero, pero Ilé también sirve de enlace para que conozcamos al resto de "marionetas" de este Pequeño Teatro. No son muchas: el extranjero Marco, de carácter complejo y que despierta el interés de los lugareños; Kepa Devar, melancólico hombre de negocios y propietario del mejor hotel de Oiquixa; su hija Zazu, que no conoce o no entiende el amor; y las dos tías de la misma. Y me parece que no me dejo ninguno, a excepción de algún que otro secundario que forma más parte del escenario que del reparto. A veces me identificaba mucho con algún personaje, y otras no comprendía en absoluto sus sentimientos o actuaciones, no sabía si las cosas eran ciertas o todo una gran mentira en la que unos manejaban los hilos de otros... ¿Será, de nuevo, un reflejo de la vida real, de la complejidad del ser humano?
Creo que la mayor riqueza de esta novela reside en el lenguaje, en las sensaciones que puede llegar a transmitir a través de lo que piensan o sienten sus personajes. Es verdad que tiene párrafos con gran fuerza, evocadores, preciosos, delicados, profundos. Pero más allá de eso, no he encontrado demasiada solidez en el todo. Puede que si navegara un poco por la red (o hiciera una segunda lectura más atenta) pudiera hacer una interpretación más apropiada de todos los significados y mensajes escondidos de este Pequeño Teatro que se me han podido escapar...
En definitiva, si yo fuera vosotros, si tuviera la oportunidad de acercarme de nuevo a esta novela desde cero, lo haría no con la idea de disfrutar de una historia atrapante sino, más bien, de saborear una prosa hermosa, que a veces se hace poesía, porque en eso si que no me ha fallado Ana María Matute.
Y a vosotros, ¿qué os parece la autora? ¿Habéis leído algo de ella? Me parece que mi próximo intento será con su novela Luciérnagas.
No creo que pueda decir mucho de la trama, porque o bien no la hay como tal, o bien no he sabido seguirla. Sí que hay un final, pero los acontecimientos que ocurren antes del mismo me han resultado caóticos y algo repetitivos. Aunque también es cierto que la vida puede ser así: caótica y rutinaria.
La novela comienza situándonos en un pequeño pueblo pesquero llamado Oiquixa, un escenario que invita a la tranquilidad y a la nostalgia, y que nos hace evocar continuamente el sonido de las olas de fondo.
Y si el nombre de la población os ha resultado tan curioso como me lo pareció a mí, el del protagonista, Ilé Eroriak, no es para menos. En realidad, algo que me ha gustado de Pequeño Teatro ha sido la originalidad y musicalidad de algunos nombres propios. Ilé es un sucio y pobre muchacho que vagabundea por las calles de Oiquixa, más dado a escuchar que a hablar. Al principio su único amigo es Anderea, un titiritero, pero Ilé también sirve de enlace para que conozcamos al resto de "marionetas" de este Pequeño Teatro. No son muchas: el extranjero Marco, de carácter complejo y que despierta el interés de los lugareños; Kepa Devar, melancólico hombre de negocios y propietario del mejor hotel de Oiquixa; su hija Zazu, que no conoce o no entiende el amor; y las dos tías de la misma. Y me parece que no me dejo ninguno, a excepción de algún que otro secundario que forma más parte del escenario que del reparto. A veces me identificaba mucho con algún personaje, y otras no comprendía en absoluto sus sentimientos o actuaciones, no sabía si las cosas eran ciertas o todo una gran mentira en la que unos manejaban los hilos de otros... ¿Será, de nuevo, un reflejo de la vida real, de la complejidad del ser humano?
Creo que la mayor riqueza de esta novela reside en el lenguaje, en las sensaciones que puede llegar a transmitir a través de lo que piensan o sienten sus personajes. Es verdad que tiene párrafos con gran fuerza, evocadores, preciosos, delicados, profundos. Pero más allá de eso, no he encontrado demasiada solidez en el todo. Puede que si navegara un poco por la red (o hiciera una segunda lectura más atenta) pudiera hacer una interpretación más apropiada de todos los significados y mensajes escondidos de este Pequeño Teatro que se me han podido escapar...
En definitiva, si yo fuera vosotros, si tuviera la oportunidad de acercarme de nuevo a esta novela desde cero, lo haría no con la idea de disfrutar de una historia atrapante sino, más bien, de saborear una prosa hermosa, que a veces se hace poesía, porque en eso si que no me ha fallado Ana María Matute.
Y a vosotros, ¿qué os parece la autora? ¿Habéis leído algo de ella? Me parece que mi próximo intento será con su novela Luciérnagas.