-Sebastian.
-Ya sé su nombre, pero me niego a decirlo. Ponerle un nombre es precisamente lo que me pone los pelos de punta. Si fuera sólo un enano de yeso no sería tan grave.
Sebastian nos observaba en silencio.
-Si tú lo dices.
-Es la manera en que lo piensas -explicó Billy, como si se lo hubiera pedido. Bajó los escalones del porche y caminó por uno de los senderos tapizado de hojas. Apartó algunas ramas a su paso.
-A qué te refieres con "la manera en que lo piensas" -dije mientras lo seguía.
-A que si le pones un nombre, entonces le das vía libre a tu cabeza para pensar: Sebastian me está mirando; Sebastian tiene vida propia; Sebastian es un jodido gnomo de piedra capaz de patearme el culo.
-¿Si no tiene nombre no lo piensas?
-No. Es como ese árbol de allí; ponle un nombre y verás cómo querrá atraparte al pasar."
Esta vez estoy deseando comenzar por el FINAL, pero no debo, ¡no debo! Así que empiezo exponiendo las razones que me llevaron a leer El pantano de las mariposas: la primera, que llevaba demasiado tiempo en la estantería, y la segunda, que se trata de una de las recomendaciones (¡por partida doble!) de la iniciativa Serendipia Recomienda 2015.
Hechas las presentaciones, me apetece ponerme a gritar todo lo que mola el FINAL, y lo sorprendida que me quedé, y... No; el protocolo es el protocolo.
El pantano de las mariposas narra, en una conveniente y adecuada primera persona, las aventuras protagonizadas por Sam en el verano de 1985. Sam, que pierde a su madre en el prólogo, se cría con unos padres adoptivos en una casa de huérfanos. Le gusta salir al bosque con su amigo Billy y al pequeño grupo se une Miranda, una chica de clase alta por la que Sam bebe los vientos aunque le cueste admitirlo. Las andanzas de estos tres niños casi adolescentes recuerdan un poco a las de Los Cinco (Enid Blyton), huyendo de gente mala, investigando en bibliotecas y cobertizos abandonados y revolviendo pistas de un pasado de desapariciones sin resolver. Por ejemplo, ¿qué pasó exactamente con la madre de Sam?, ¿por qué no fue encontrado su cuerpo?, ¿fue abducida por un ovni, como algunos quieren dar a entender?
Tras un prólogo que captó mi atención y unos primeros capítulos que la mantuvieron, llegó una fase de lentitud en la que no me costaba nada dejar de leer y sí retomar las aventuras de Sam y sus amigos. Dedicaba mi pensamiento a recordar todas las buenas críticas que había leído y a desentrañar su razón de ser. No lo entendía.
Pero, aproximadamente cuando quedaban un par de centenares de páginas para ese FINAL ansiado del que todo el mundo hablaba (incluida mi madre), la cosa empezó a ponerse interesante: las tretas que utilizaban para llegar a nuevos descubrimientos, que a su vez sacaban a la luz más misterios, los cuales obligaban otra vez a trabajar a la genuina inteligencia de Billy, el listo del grupo... o ese balanceo que tanto me gusta entre lo real y lo sobrenatural. Las frases pasaron de ir cuesta arriba a formar un terreno plano y finalmente a inclinarse en una pendiente descendente por la que rodé y rodé hasta el FINAL.
Los saltos al presente desde el cual se narra la historia constituyen una parte minoritaria pero importante de la novela, pues ayuda a atar cabos o generar incógnitas. También nos habla Sam de un pasado más cercano, cuando cortó los lazos que le unían a Carnival Falls, el pueblo de su infancia, y conoció nuevos horizontes, nuevos amigos y nuevos amores.
Cuando pasaron los años, había desaparecido ese velo mágico que hacía que pudiéramos decirnos casi cualquier cosa, mirarnos a los ojos y abrir nuestros corazones; dejamos la niñez atrás como la piel de una serpiente, y la pubertad nos arrebató la frescura de la verdad.¡Y ahora sí! Cuando leí el FINAL, no había terminado la novela. No: la novela, ahora transformada en obra de ingeniería literaria, no había hecho más que empezar. Primero volví a leer el FINAL porque no lo terminaba de entender (o de creer), y después, como eran las tres de la madrugada y no tenía tiempo de volver a leer la obra de ingeniería literaria entera, me puse a buscarle las cosquillas saltando de página en página, pero no se las encontré. Lo único que hallé fue un nuevo sentido a todo, incluso a detalles a los que antes no se lo había terminado de encontrar. Mientras lo hacía, insultaba a la novela: no podía ser que un montón encuadernado de páginas de papel fuera más listo que yo.
En fin, que puede que le sobren unas pocas páginas, aunque... ay, el FINAL. No se puede uno crear suficientes expectativas para algo así (¿o sí?). Yo estoy deseando contarlo tanto como vosotros descubrirlo. Pero una vez más, manda el protocolo: y el protocolo dice que destripar finales a la gente es malo. Así que lo que toca es que yo me calle y que vosotros leáis. Y luego ya venís a contarme, ¿no?