El hotel era como una gigantesca caja de zapatos, pero estaba construido a base de grandes ladrillos de aspecto avejentado. La caja de zapatos, con forma de prisma, se alzaba sobre una de sus bases de menor área, y en cada una de sus cuatro aristas laterales había una galería de escaleras que se elevaban hacia la cúspide. Si, desde la parte baja, las ibas subiendo, en cada rellano se podía acceder a un ascensor, para mayor comodidad.
Una vez hube ascendido por los escalones, me hallé frente a una abertura que iba a parar al interior de la gran estructura. Pude ver que a esa gran cavidad iban a parar el resto de las aberturas de todos los pisos y, además, que su tamaño era desproporcionadamente pequeño en comparación con las escaleras. Fue como si, al poner el pie en el interior de ese extraño hotel, me hiciera tan grande como Alicia en el interior de la casita.
Lo más asombroso eran las paredes interiores, pues estaban recubiertas de bolsos colgados de ganchos... Creo recordar que no todos eran del mismo color, pero sí de similar diseño. Me dirigí hacia uno de ellos, o tal vez debería decir que lo miré, pues mi cuerpo ocupaba todo lo alto del edificio. De entre todos los bolsos que se disponían ordenados en hileras y columnas, ese al cual miré tal vez fuera de un color similar al rojo. Yo sabía que esa era la habitación que se me había asignado.
Así pues, levanté una de mis piernas (no recuerdo cuál) e introduje en el bolso su correspondiente pie. Al principio apenas me cabía. En esa posición, vi que alguien a mi lado también intentaba acceder a su habitación, introduciéndose en otro de los bolsos como por arte de magia. Haciendo un esfuerzo, conseguí introducir el resto de mi cuerpo y dejarme caer al interior, encogida de pronto y disfrutando por un momento de una vista aérea del interior de mi nueva residencia.
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