Me encuentro con que en un corto espacio de tiempo he observado el Holocausto desde perspectivas muy diversas. Primero fue la real, la visita al campo de concentración de Terezín, que avivó mi curiosidad (ya despierta) sobre los que vivieron en esa época y en ese lugar. Me sorprendió mucho encontrarme con aquello, que era la prueba definitiva de que lo que hasta entonces había visto en películas y leído en libros existió de verdad. Podía tocar las enormes estructuras de madera que fueron en el pasado lechos duros de donde dormían judíos hacinados. Las celdas. Las duchas. Todo. Y experiencias, tantas que se necesitarían varias visitas (y saber inglés o checo) para leerlas todas, colgadas en las paredes de habitaciones-museo.
Aparece una breve mención de Terezín en Maus, esta biografía que Spiegelman construye a partir de lo que su padre Vladek le relata sobre sus desventuras como superviviente del Holocausto. Recientemente prohibida en Rusia por ser considerada "propaganda nazi", Maus es, por el momento, la única novela gráfica que ha ganado el premio Pulitzer.
No me esperaba tanta metaficción en Maus. Por ejemplo, podemos ver, y leer, cómo el propio autor grababa las entrevistas a su padre. También asiste el lector al momento en que Art Spiegelman concibe las caras de sus personajes, esas zoomorfas que dependen de la nacionalidad o ideología de cada uno (ratones para los judíos, gatos para los alemanes, cerdos para los polacos, ranas para los franceses...).
Me ha parecido que el aspecto animal de los personajes, lejos de deshumanizarlos, les hace más entrañables y cercanos. A lo mejor, la perspectiva actual también contribuye a otorgar naturalidad a la narración: el lector se siente parte de la familia Spiegelman y es tan testigo del relato de Vladek como su hijo Art. Este, además de soportar las excentricidades propias de la vejez y la complicada relación que su padre mantiene con su madrastra, intenta asumir el pasado de su familia y su papel como depositario y difusor de un testimonio tan duro e importante para la humanidad. Para ello cuenta con la ayuda y el apoyo de Françoise Mouly, su esposa francesa, que decide convertirse al judaísmo para satisfacer los deseos de Vladek. Será en la revista Raw, editada por ambos, donde hacia 1980 empezará a publicarse la serie de cómics que se reúnen ahora en esta obra.
Había leído antes novelas ambientadas en este periodo histórico, tales como Cuando el mundo gira enamorado, o El niño con el pijama de rayas, o La ladrona de libros, y me preguntaba mientras leía Maus cómo podía saber tan pocas cosas de todo aquello por lo que pasaron los judíos. Ahora me doy cuenta de que la primera de esas lecturas apenas la recuerdo, la segunda (leída en inglés) es quizá la que más directamente trata el tema, y la magnífica tercera no se centra tanto en la vida en un campo de concentración. Así que sólo tenía una idea vaga y general de lo que había supuesto el Holocausto para los que lo sufrieron, y una imagen de los campos de concentración formada a partir de fragmentos de películas, la mayoría de cuyos títulos ni siquiera recordaba.
Antes de que los nazis llegaran a destruir sus vidas, muchos judíos, como Vladek Spiegelman, trabajaban en empresas que les proporcionaban dinero para llevar una vida acomodada. A medida que les iban arrebatando cuanto tenían, habían de improvisar trucos para conservar, escondidas, parte de sus riquezas, las cuales podían ser muy útiles (tanto o más que un cigarrillo) para eso tan importante que era sobrevivir un día más. Por supuesto, no sólo les arrebataban el dinero y los bienes materiales. Había que proteger a los ancianos. Había que salvar a los niños. Y, pese a los ingeniosos escondites que ideaban las familias en sus casas, no todos evitaban que fueran descubiertos y deportados a guetos y campos.
La lectura de Maus me ha acercado a detalles que me han sorprendido y abierto los ojos. Sorprendente, por ejemplo, lo importante que podía llegar a ser una rebanada de pan, una onza de chocolate o un simple cigarrillo. Una rebanada y una onza eran un exquisito manjar... para compartir entre unos cuantos judíos. Un cigarrillo podía servir para comprar más rebanadas o más onzas. O queso o cualquier otra cosa comestible. Cualquier otra cosa que sirviera para sobrevivir y alcanzar con vida el final de la guerra, si es que este llegaba.
Maus es, en definitiva, una de las mejores novelas gráficas que he leído. Me recuerda mucho a Persépolis en el sentido de que cuenta una historia que entretiene y enseña, y además porque lo hace empleando el dramatismo justo y con cierto humor entreverado en sus viñetas.
No me esperaba tanta metaficción en Maus. Por ejemplo, podemos ver, y leer, cómo el propio autor grababa las entrevistas a su padre. También asiste el lector al momento en que Art Spiegelman concibe las caras de sus personajes, esas zoomorfas que dependen de la nacionalidad o ideología de cada uno (ratones para los judíos, gatos para los alemanes, cerdos para los polacos, ranas para los franceses...).
Me ha parecido que el aspecto animal de los personajes, lejos de deshumanizarlos, les hace más entrañables y cercanos. A lo mejor, la perspectiva actual también contribuye a otorgar naturalidad a la narración: el lector se siente parte de la familia Spiegelman y es tan testigo del relato de Vladek como su hijo Art. Este, además de soportar las excentricidades propias de la vejez y la complicada relación que su padre mantiene con su madrastra, intenta asumir el pasado de su familia y su papel como depositario y difusor de un testimonio tan duro e importante para la humanidad. Para ello cuenta con la ayuda y el apoyo de Françoise Mouly, su esposa francesa, que decide convertirse al judaísmo para satisfacer los deseos de Vladek. Será en la revista Raw, editada por ambos, donde hacia 1980 empezará a publicarse la serie de cómics que se reúnen ahora en esta obra.
Había leído antes novelas ambientadas en este periodo histórico, tales como Cuando el mundo gira enamorado, o El niño con el pijama de rayas, o La ladrona de libros, y me preguntaba mientras leía Maus cómo podía saber tan pocas cosas de todo aquello por lo que pasaron los judíos. Ahora me doy cuenta de que la primera de esas lecturas apenas la recuerdo, la segunda (leída en inglés) es quizá la que más directamente trata el tema, y la magnífica tercera no se centra tanto en la vida en un campo de concentración. Así que sólo tenía una idea vaga y general de lo que había supuesto el Holocausto para los que lo sufrieron, y una imagen de los campos de concentración formada a partir de fragmentos de películas, la mayoría de cuyos títulos ni siquiera recordaba.
Antes de que los nazis llegaran a destruir sus vidas, muchos judíos, como Vladek Spiegelman, trabajaban en empresas que les proporcionaban dinero para llevar una vida acomodada. A medida que les iban arrebatando cuanto tenían, habían de improvisar trucos para conservar, escondidas, parte de sus riquezas, las cuales podían ser muy útiles (tanto o más que un cigarrillo) para eso tan importante que era sobrevivir un día más. Por supuesto, no sólo les arrebataban el dinero y los bienes materiales. Había que proteger a los ancianos. Había que salvar a los niños. Y, pese a los ingeniosos escondites que ideaban las familias en sus casas, no todos evitaban que fueran descubiertos y deportados a guetos y campos.
La lectura de Maus me ha acercado a detalles que me han sorprendido y abierto los ojos. Sorprendente, por ejemplo, lo importante que podía llegar a ser una rebanada de pan, una onza de chocolate o un simple cigarrillo. Una rebanada y una onza eran un exquisito manjar... para compartir entre unos cuantos judíos. Un cigarrillo podía servir para comprar más rebanadas o más onzas. O queso o cualquier otra cosa comestible. Cualquier otra cosa que sirviera para sobrevivir y alcanzar con vida el final de la guerra, si es que este llegaba.
Maus es, en definitiva, una de las mejores novelas gráficas que he leído. Me recuerda mucho a Persépolis en el sentido de que cuenta una historia que entretiene y enseña, y además porque lo hace empleando el dramatismo justo y con cierto humor entreverado en sus viñetas.
Este libro lo tenemos en casa pero no me he animado a leerlo, ya te he comentado más veces que no soy mucho de novelas gráficas
ResponderEliminarBesos
A mi madre le pasa como a ti, no hay manera de convencerla de que pruebe con los libros con dibujos (también llamados cómics). Pero, algún día, caerás, y entonces... igual te pasa como a mí y no puedes parar ;)
EliminarEstuve en un campo de concentración en Alemania y es... espeluznante. Me resulta muy difícil hablar de lo que sentí mientras paseaba por aquel lugar...
ResponderEliminarMaus debiera estar en todas las estanterías. No sólo por la parte del Holocausto, me fascinó también la relación con el padre. Muy bueno, efectivamente.
Un abrazo
Yo no me esperaba esa relación con el padre. Me sorprendió mucho el enfoque del cómic. Pese a haber oído hablar de él no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar. Abrazos!
EliminarUhhhhh hace mucho mucho que quiero leerlo ♥
ResponderEliminarPor cierto, no conocía tu blog pero me ha encantado, así que ya te sigo. Y te invito igual a mi blog por si gustas pasar por ahí :D
Besotes!
Es una temática que siempre me ha llamado la atención (de hecho, en un rato publicaré una reseña sobre un libro que habla de los campos de concentración), y nunca he leído una novela gráfica que hable de ello, pero esta que nos comentas parece que está muy bien, así que voy a buscarla.
ResponderEliminarBesos:)
No suelo leer novelas gráficas, no sé qué me pasa pero no me atraen. Sin embargo voy a buscar esta, por el tema y por la manera de contarlo. A ver si logro disfrutar, pese al tema, con esta obra.
ResponderEliminarUn abrazo!!
A mí lo que menos me atraía de las novelas gráficas era comprarlas. Sobre todo porque no me veía con criterio para elegir las buenas. Ahora me gusta mucho sacarlas de la biblioteca para leerlas, pero sigo sin atreverme mucho a comprarlas, excepto casos muy concretos.
EliminarHay muchas cosas que por alguna razón inexplicable no nos atraen. Luego a veces nos da por probar y nos preguntamos por qué no lo hicimos antes. O no...
Abrazo!
Lo tuve ayer en la mano...me encanta el tema pero lo acabé dejando por el precio jaja, pero lo pediré para navidades o algo así jaja
ResponderEliminarUn beso!
¡Hola! Leí este cómic hace tiempo y me encantó, gracias por la reseña. Nos leemos. Besos
ResponderEliminarUno de mis libros favoritos; creo que su lectura debería ser obligatoria: es impresionante la forma en la que nos cuenta la realidad de los campos de concentración y la relación padre e hijo. Me alegra que lo hayas leído y que te hayas convertido en una yonki de la novela gráfica! 1beso!
ResponderEliminarBueno, pues ya estoy aquí.. Y como te dije en Face.. es duro, sí... Me gustó muchísimo leerlo y coincido en buena parte de tus argumentos aunque a mí me descoló un poco que los personajes fueran animales. En cualquier caso, la historia es la historia y poco importa si son animales o personas. Ando detrás de leer Persépolis pero no lo encuentro en la biblio. Besos.
ResponderEliminarQué buena es!! Me encantó, fue de las primeras novelas gráficas que leí =)
ResponderEliminarBesotes
Menuda experta en novelas gráficas estás hecha. Y yo una tremenda ignorante al respecto... No son lo mío, para qué darle más vueltas.
ResponderEliminarBesos,