Ella tragó saliva. Me peinó el flequillo con la mano.
-Ya los estás viendo- contestó.
Tocó la imagen de la luciérnaga frente a mí.
-Me refiero a verlos.-Acentué la entonación en la última palabra para que entendiera a qué me refería. Aunque ella ya lo sabía.
-En realidad no los verías aunque estuvieras allá fuera.
-¿Por qué no?
-Es imposible verlo todo. La gente conoce las cosas por los libros. Igual que tú."
¿Qué tienen en común un tarro de cristal, un bote de talco, un huevo y una zanahoria?
No, esto no va de chistes. Y la respuesta tampoco es que los dos primeros son recipientes y los dos segundos se comen. Os diría: "Ale, ale, id a leer El brillo de las luciérnagas y después me contáis." Y, si lo hicieseis, estos cuatro prosaicos, anodinos e insulsos objetos no volverían a significar lo mismo. Habríais visitado el sótano, para después salir de él y ver el mundo con otros ojos.
No, esto no va de chistes. Y la respuesta tampoco es que los dos primeros son recipientes y los dos segundos se comen. Os diría: "Ale, ale, id a leer El brillo de las luciérnagas y después me contáis." Y, si lo hicieseis, estos cuatro prosaicos, anodinos e insulsos objetos no volverían a significar lo mismo. Habríais visitado el sótano, para después salir de él y ver el mundo con otros ojos.
El brillo de las luciérnagas llegó a mis manos del modo más especial que un libro puede llegar a las manos de alguien: entregado por el artífice de la historia que contienen sus páginas. El escenario, la Feria del Libro de Madrid. Pero eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.
Dicen que la portada se asemeja a la de El silencio de los corderos. Es posible que me recordara vagamente a algo, aunque no hubiera caído en el detalle yo sola. Sea como fuere, a mí me parece preciosa y adecuada. Además, cuando caminaba con el libro en la mano, me gustaba mirarlo de vez en cuando. Y es que me sorprendía ese color amarillo llamativo, que conseguía generar la ilusión de que verdaderamente las luciérnagas de tinta estaban emitiendo luz.
Dicen que la portada se asemeja a la de El silencio de los corderos. Es posible que me recordara vagamente a algo, aunque no hubiera caído en el detalle yo sola. Sea como fuere, a mí me parece preciosa y adecuada. Además, cuando caminaba con el libro en la mano, me gustaba mirarlo de vez en cuando. Y es que me sorprendía ese color amarillo llamativo, que conseguía generar la ilusión de que verdaderamente las luciérnagas de tinta estaban emitiendo luz.
Y sí, dejo ya de lado los asuntos sentimentales y estéticos, que estamos aquí para hablar de la novela de Paul Pen. Ya os digo que tengo mis pegas (de lo contrario esto no tendría gracia, sería un aburrido "vivieron felices y comieron perdices"), pero que en general me ha gustado mucho. Y eso, en una época en la que yo era un "ojo de mal asiento" que saltaba de libro en libro sin encontrarse cómodo en ninguno, tiene su mérito.
Cuando abres la cubierta de El brillo de las luciérnagas sabes que estás entrando a un sótano oscuro y cerrado, en el cual vas a quedar atrapado. Lo sabes y no te importa, porque, ¿qué mejor que quedarse atrapado en un libro? Desde el principio, las paredes subterráneas te cercan y la puerta se sella a tus espaldas... Y ahí dentro encuentras la penumbra de un hogar; un hogar oscuro, pero hogar al fin y al cabo; los miembros que lo forman, sin nombres, casi sin rostros, en una reunión familiar que se te antoja inquietante.
¿Qué significa esto?, te preguntas. ¿Ha llegado el fin del mundo? ¿Les mantiene cautivos un malvado científico loco? ¿Tienen fobia social? ¿Ha habido una invasión extraterrestre? ¿Están todos locos? ¿¡Qué pamplinas hacen ahí abajo!?
Te acompaña un niño de 10 años. Nació allí. Para él, ese lugar es el mundo entero y no existe más. No conoce qué hay detrás de la puerta de la cocina; de dónde viene ese aire distinto que se cuela por algún recoveco de las ventanas cegadas con cemento. Por el momento, a él sólo le importa que tiene una madre, un padre, una abuela y hermanos, que es feliz con ellos, y que puede comer -y oler- la crema de zanahoria de mamá y sentir en los dedos el roce de la cicatriz de pelo de la cara de papá. Le gusta la mancha de luz que recorre el suelo a lo largo del día y sólo le da miedo el Hombre Grillo. Él no, pero los demás habitantes de su mundo diminuto tienen la cara quemada, y a su hermana la obligan a cubrírsela con una máscara blanca en todo momento, especialmente cuando el pequeño está presente. Ella, además, está embarazada, y pronto da a luz a un nuevo miembro de la familia.
¿Existe realmente el Hombre Grillo? ¿Qué o quién es responsable de tamaña desgracia familiar? ¿Quién es el padre del recién nacido? Las preguntas no paran de surgir como un surtidor de la mente inquieta del lector, y también lo rodean y lo atrapan y lo obligan a seguir leyendo, ansioso de respuestas.
A medida que avanza la historia, el infantil narrador va haciéndose más preguntas y atisbando fragmentos de conversaciones sospechosas entre los mayores. Los miembros de su familia tienen cada uno sus peculiaridades: la máscara de la hermana, el extraño comportamiento del hermano mayor (que hace pensar que algo malo le pasa a su cabeza), la severidad de su padre, la ceguera de su abuela y el cariño de su madre. No obstante, hay una tremenda variabilidad en las opiniones que los personajes le merecen al lector, y las simpatías hacia unos y otros irán variando...
No faltan las referencias a la literatura, apareciendo títulos como El mago de Oz, Narnia o Viaje al centro de la tierra. Y allí abajo el tiempo transcurre entre novelas, películas de vídeo y carreras en la bicicleta estática para mantenerse en forma. También empiezan a aparecer luciérnagas, que el niño va atesorando en un bote e intenta mantener en secreto, por miedo a que sus padres le arrebaten esa luz tan especial.
El libro consta de varias partes de extensión desigual; los capítulos tienen una longitud mesurada. El hilo temporal da dos o tres saltos del presente al pasado. Durante gran parte de la narración se emplea la primera persona porque es ese niño sin nombre quien nos lo cuenta todo, aunque en un determinado momento de la trama hay un cambio a narrador omnisciente. Ya conocemos la dificultad que entraña intentar meterse en la mente infantil: a veces al escritor no le sale y crea una especie de niño superdotado, sabelotodo, poco realista. Pues me atrevo a afirmar, casi sin dudarlo, que este no es el caso. Es una de las mentes infantiles mejor logradas que he leído. Su inocencia, su manera de pensar, de imaginar, de creer... Es un niño. Simplemente, se le escapa lo que para nosotros es tan evidente.
Resulta innegable el mérito que tiene haber logrado construir una historia en el marco de un espacio tan limitado y empleando tan pocos personajes (que son la familia y algún secundario con muy escaso papel). No una historia a secas, sino una que mantenga al lector interesado en todo momento, porque no decae. Una que, además, está envuelta en un halo de misterio en el sentido de que uno no sabe a qué atenerse, si de repente aparecerá un ser sobrenatural: existe una continua incertidumbre entre fantasía y realidad. Un planteamiento que me ha parecido tremendamente original.
Pero, como esto se está volviendo tan bonito como una de esas empalagosas historias de amor, voy a decir la pega ya: el final, que no ha sido tan impactante como pensaba. Es algo a lo que creo haber encontrado explicación. No es que sea un final mal llevado: lo que ocurre es que las respuestas a las preguntas finalmente van haciéndose patentes y, como lo hacen poco a poco, el impacto se distribuye durante muchas más páginas en vez de concentrarse en las últimas.
Así y todo, no es algo para tomarse a la tremenda y, en su conjunto, ha sido una de las lecturas más satisfactorias que he disfrutado últimamente. Porque no todo son secretos e intriga; también hay buen empleo de las letras y perlas de esas que tanto nos gustan a los lectores. Una novela de las que se pueden recomendar prácticamente a cualquier lector; muy difícil que no guste. Y es que cada uno vivimos en nuestro propio sótano, en el cual nos encontramos seguros. Porque nos protege de los horrores del exterior, aunque simultáneamente no nos deje ver las maravillas.
Te acompaña un niño de 10 años. Nació allí. Para él, ese lugar es el mundo entero y no existe más. No conoce qué hay detrás de la puerta de la cocina; de dónde viene ese aire distinto que se cuela por algún recoveco de las ventanas cegadas con cemento. Por el momento, a él sólo le importa que tiene una madre, un padre, una abuela y hermanos, que es feliz con ellos, y que puede comer -y oler- la crema de zanahoria de mamá y sentir en los dedos el roce de la cicatriz de pelo de la cara de papá. Le gusta la mancha de luz que recorre el suelo a lo largo del día y sólo le da miedo el Hombre Grillo. Él no, pero los demás habitantes de su mundo diminuto tienen la cara quemada, y a su hermana la obligan a cubrírsela con una máscara blanca en todo momento, especialmente cuando el pequeño está presente. Ella, además, está embarazada, y pronto da a luz a un nuevo miembro de la familia.
¿Existe realmente el Hombre Grillo? ¿Qué o quién es responsable de tamaña desgracia familiar? ¿Quién es el padre del recién nacido? Las preguntas no paran de surgir como un surtidor de la mente inquieta del lector, y también lo rodean y lo atrapan y lo obligan a seguir leyendo, ansioso de respuestas.
A medida que avanza la historia, el infantil narrador va haciéndose más preguntas y atisbando fragmentos de conversaciones sospechosas entre los mayores. Los miembros de su familia tienen cada uno sus peculiaridades: la máscara de la hermana, el extraño comportamiento del hermano mayor (que hace pensar que algo malo le pasa a su cabeza), la severidad de su padre, la ceguera de su abuela y el cariño de su madre. No obstante, hay una tremenda variabilidad en las opiniones que los personajes le merecen al lector, y las simpatías hacia unos y otros irán variando...
No faltan las referencias a la literatura, apareciendo títulos como El mago de Oz, Narnia o Viaje al centro de la tierra. Y allí abajo el tiempo transcurre entre novelas, películas de vídeo y carreras en la bicicleta estática para mantenerse en forma. También empiezan a aparecer luciérnagas, que el niño va atesorando en un bote e intenta mantener en secreto, por miedo a que sus padres le arrebaten esa luz tan especial.
El libro consta de varias partes de extensión desigual; los capítulos tienen una longitud mesurada. El hilo temporal da dos o tres saltos del presente al pasado. Durante gran parte de la narración se emplea la primera persona porque es ese niño sin nombre quien nos lo cuenta todo, aunque en un determinado momento de la trama hay un cambio a narrador omnisciente. Ya conocemos la dificultad que entraña intentar meterse en la mente infantil: a veces al escritor no le sale y crea una especie de niño superdotado, sabelotodo, poco realista. Pues me atrevo a afirmar, casi sin dudarlo, que este no es el caso. Es una de las mentes infantiles mejor logradas que he leído. Su inocencia, su manera de pensar, de imaginar, de creer... Es un niño. Simplemente, se le escapa lo que para nosotros es tan evidente.
Resulta innegable el mérito que tiene haber logrado construir una historia en el marco de un espacio tan limitado y empleando tan pocos personajes (que son la familia y algún secundario con muy escaso papel). No una historia a secas, sino una que mantenga al lector interesado en todo momento, porque no decae. Una que, además, está envuelta en un halo de misterio en el sentido de que uno no sabe a qué atenerse, si de repente aparecerá un ser sobrenatural: existe una continua incertidumbre entre fantasía y realidad. Un planteamiento que me ha parecido tremendamente original.
Pero, como esto se está volviendo tan bonito como una de esas empalagosas historias de amor, voy a decir la pega ya: el final, que no ha sido tan impactante como pensaba. Es algo a lo que creo haber encontrado explicación. No es que sea un final mal llevado: lo que ocurre es que las respuestas a las preguntas finalmente van haciéndose patentes y, como lo hacen poco a poco, el impacto se distribuye durante muchas más páginas en vez de concentrarse en las últimas.
Así y todo, no es algo para tomarse a la tremenda y, en su conjunto, ha sido una de las lecturas más satisfactorias que he disfrutado últimamente. Porque no todo son secretos e intriga; también hay buen empleo de las letras y perlas de esas que tanto nos gustan a los lectores. Una novela de las que se pueden recomendar prácticamente a cualquier lector; muy difícil que no guste. Y es que cada uno vivimos en nuestro propio sótano, en el cual nos encontramos seguros. Porque nos protege de los horrores del exterior, aunque simultáneamente no nos deje ver las maravillas.
Es un libro que merece la pena leer. Adictivo y emocionante
ResponderEliminarUn libro que cosecha muchas opiones positivas y todas las que leo me parecen interesantes. Lo que comentas, sobre el impacto final,... bueno, creo que los interrogantes se van respondiendo gradualmente pero creo que es una manera de mantener enganchado al lector. Besos
ResponderEliminarCon este me tengo que hacer sí o sí, que le tengo muchas ganas y según he ido viendo reseñas, más aún =)
ResponderEliminarBesotes
Al ver la portada tuve la sensación de que me sonaba, y la verdad al leerlo debo admitir que sí me recuerda a "El silencio de los corderos". Igualmente me encanta.
ResponderEliminarNo lo conocia y me ha llamado mucho la atención. Mi principal temor respecto a esta trama era que pudiera cansar por ese escenario tan limitado. Pero veo que no es así. Muy interesante.
Muchas gracias por la reseña :)
Un abrazo,
Nimue
Jo según leo reseñas más ganas le tengo. Y ese pero del final...ni tan mal si el resto de la novela lo compensa.
ResponderEliminarUn beso!