viernes, 26 de diciembre de 2014

Primera memoria; de Ana María Matute

"A veces me despertaba de noche , y me sentaba bruscamente en la cama. Sentía entonces una sensación olvidada de cuando era muy pequeña y me angustiaba el atardecer,  pensaba: «El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca nada más?» Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente día y noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida."

SINOPSIS
Con la guerra civil, «lejana y próxima a un tiempo, quizás más temida por invisible», como telón de fondo, Primera memoria, Premio Nadal 1959, narra el paso de la niñez a la adolescencia de Matia —la protagonista— y de su primo Borja. Los dos viven en casa de su abuela en un mundo insular ingenuo y misterioso a la vez. A través de la visión particularísima de la muchacha —sin madre y con padre desaparecido— asistimos a su despertar a la adolescencia, cuando, roto el caparazón de la niñez, ciega y asombra y hasta a veces duele el fuerte resplandor de la realidad. Una intensa galería de personajes constituye el contrapunto de su vertiginosa sucesión de sensaciones. Y es que en unos meses, Matia descubrirá muchas cosas sobre «la oscura vida de las personas mayores». Melancólica elegía de la perversión de la inocencia, Primera memoria es, sin lugar a dudas, una de las mejores novelas de Ana María Matute.

Casi se acaba el año y aún no le he dedicado una entrada a Ana María Matute. Sirva esta como colaboración para la lectura-homenaje organizada por varios blogs (cuyo banner habita desde hace mucho la barra lateral de este). Llego por los pelos después de haber leído su Primera Memoria, también primera parte de una trilogía ambientada en la guerra civil cuyos tomos son autoconclusivos. Mi relación lectora con Matute se está volviendo confusa y contradictoria. Después de lo que disfruté con Olvidado Rey Gudú, sus novelas Pequeño teatro y esta Primera memoria se me han hecho bastante cuesta arriba. Me duele que sea así, porque leyendo me doy cuenta del gran talento que tuvo y disfruto de la parte formal de su prosa, pero sigo sin lograr acercarme a los personajes e involucrarme en sus historias. Me pregunto si no será que tengo que volver a su vertiente más fantástica. 

Después de hacerme con esta novela y antes de poder leerla fue cuando falleció la autora. Como suele ocurrir, aumentó en los medios su presencia, y la de su obra en los sitios más visibles de las librerías. También aumentó mi curiosidad hacia su persona, a lo mejor porque se me acabó la ilusión de llegar a conocerla (siempre la buscaba, sin muchas esperanzas, en la lista de escritores que firmarían en la Feria del Libro). Escuché varios podcast y programas de radio y me deleité más de una vez con su voz, una voz a la vez suave y áspera que hilaba frases tan hermosas como, por ejemplo, las de su discurso del Premio Cervantes.

En Primera memoria es Matia, con catorce años, quien relata la historia. Y en su forma de hacerlo, de contarnos sus miedos y sus sentimientos hacia el mundo que le rodea, me da la sensación de que hay mucha Matute. Matute y Matia: incluso (me doy cuenta ahora que las escribo) empiezan igual. 
Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura —en grande—, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. Gorogó lo sabía, lo sabe y no me ha abandonado desde el día en que mi padre, teniendo yo cinco años, me lo trajo de Londres, donde lo llaman algo así como Golligow. Mi padre sabía que a mí no me gustaban las muñecas, ni los juegos de las niñas de aquel tiempo: mujeres recortadas, las llamé yo. Imitar a mamá y a las amigas de mamá era todo su futuro. Gorogó, como entonces, sigue conmigo ahora, lo llevo a todos mis viajes, y le sigo contando lo que no puedo contar a nadie. (Hoy también me espera en el hotel.) Y sigo haciéndole partícipe, por ejemplo, del miedo que siento por tener que pronunciar estas palabras, y, sobre todo, ante quienes debo hacerlo. Gorogó, estás aquí —mi mejor invento—, estás a mi lado, viejo amigo, en este día inolvidable, con tu ojo derecho ya nublado, como el mío, aunque ya no luzcas aquellos cabellos negros, hirsutos, de limpiachimeneas dickensiano, aunque falten los botones de tu frac azul... ¡Cómo nos parecemos, Gorogó!
Ana María Matute. Discurso de recepción del Premio Cervantes.
Con estas palabras, a parte de enseñarme a apreciar el cariño que puede dar un osito de peluche (que es mi Gorogó), Matute se me metió un poco más adentro y despertó aún más mi curiosidad por esta novela, donde conocería a su querido compañero. ¿Quién no tiene o ha tenido su Gorogó?
Había llevado a Gorogó conmigo, lo tenía escondido entre el pecho y la combinación, y en aquel momento la tía Emilia dijo: 
-¿Qué estás escondiendo ahí? 
-¡Nada! 
Se acercó y consiguió quitármelo, a pesar de que me eché de bruces sobre la cama, para protegerlo. Le dio vueltas entre las manos. Seguía boca abajo, para que no viera qué encarnada me ponía (hasta sentía cómo me ardían las orejas). En lugar de burlarse dijo: 
-¡Ah, es un muñeco!... Sí, yo también dormía con un muñeco, hasta casi la víspera de casarme.
Vuelvo a Matia. Matia y su soledad. Alejada físicamente de la guerra, sin padre ni madre, viviendo en una isla innominada (Mallorca, al parecer), en la compañía de su primo y de las mujeres de la familia (la abuela, la tía, la criada), porque los hombres se fueron a luchar por uno u otro bando. Matia Niña en un mundo de Mayores, sin querer ser uno de ellos, empeñada en recordar a Peter Pan y en quedarse en la Isla de Nunca JamásSerá ella, sin embargo, la primera en comenzar a alejarse de la infancia, atraída sin remedio hacia ese otro mundo que no entiende y que teme, el de los adultos. Y será su primo Borja, con quien compartía juegos, travesuras y crueldades de niños, el que se frustre con esa transición.

En el entorno natural del "declive", con sus campos y sus playas, es donde se desarrolla esta novela en la que la narración íntima roba prácticamente el protagonismo a la acción. Ejerce el papel de titiritera la abuela doña Práxedes, que gracias al poder que le confiere su elevada posición social maneja a su antojo la vida de los habitantes de sus tierras. Ya en las primeras líneas Matute describe a este personaje, destruyendo de paso la imagen entrañable que una abuela suele sugerir (aunque he de decir que no me di cuenta hasta más adelante):
Mi abuela tenía el pelo blanco, en una ola encrespada sobre la frente, que le daba cierto aire colérico. Llevaba casi siempre un bastoncillo de bambú con puño de oro, que no le hacía ninguna falta, porque era firme como un caballo.
Incluso siendo verano, Matia y Borja se ven obligados a luchar de continuo contra la autoridad de su abuela, quien les ha puesto a Lauro el Chino, el hijo de la criada, como profesor de latín. Lauro, también un poco niño todavía, está demasiado manchado de persona mayor como para no tener que sufrir los desdenes y crueldades de los dos primos. Quizá es por intentar ser uno de ellos que les permite escapar de vez en cuando a la barca Leontina o a otros lugares alejados de su estricta abuela.

Doña Práxedes es un personaje frío, tanto como me lo ha parecido Borja o los chiquillos crueles que juegan a la guerra divididos en dos bandos, como sus padres deben estar haciendo al otro lado del mar. Y se apedrean con piedras, y se apedrean con palabras, y queman muñecos de paja. Esa frialdad (que a veces se apoderaba incluso de Matia) es uno de los factores que más me ha estorbado en la lectura, impidiéndome sentir empatía. De ella se salvan algunos, como la tía de Matia, personaje poco explotado y del que me hubiera gustado saber más; o Manuel, otro niño "distinto", de esos a los que la vida empuja demasiado rápido hacia la adultez.

He viajado a trompicones por las páginas de esta novela, saltando rápido por las zonas donde el terreno me parecía demasiado pedregoso y paseando una y otra vez por los senderos más agradables. Me gusta Matute cuando habla de dejar de ser niño. Me gusta cuando desgrana sentimientos profundos. Lo que no me ha agradado nunca demasiado es el tema de la guerra, sobre todo si se trata de un modo tan distante, si se habla de líneas insalvables entre bandos y no se profundiza en los porqués. Pero claro, a lo mejor es que un niño no entiende de eso, y sólo ve buenos y malos. O eres de los suyos o no lo eres.
Un día me dijo mi primo: 
-Tú ya no eres de los nuestros.
Me encogí de hombros. Él añadió:
-Ya tienes tus amigos, ¿verdad? 
Pese a este enredo de amor-odio en el que me he vuelto a ver envuelta, sé que no podré librarme de la atracción que ejercen sobre mí las palabras de Ana María Matute. Regresaré a ellas.

6 comentarios:

  1. No he leído nada de esta autora aún, me estrenaré en 2015 y seguramente sea con Olvidado rey Gudú que veo que es la que has disfrutado, aunque esta a pesar de que se te ha hecho más pesada también me atrae
    Besos

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    1. Olvidado Rey Gudú se me hizo también pesada al comienzo, pero al final la terminé disfrutando muchísimo.
      La disfruté más que las otras pero a lo mejor, al ser de temática fantástica, a ti te guste más esta de tono más realista.
      ¡Un beso!

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  2. No me he estrenado con la autora...y la verdad es que me da pereza xD
    Un beso!

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  3. Me gusta bastante Matute y este libro lo tengo comprado y pendiente de leer. También coincido en que no me gustan las novelas que tienen como trasfondo la guerra civil aunque en la actualidad venden mucho. Matute lo trata siempre, en las obras que he leído, desde la perspectiva de la infancia y no se convierte en protagonista. No me desagrada esta opción.

    Un abrazo!!

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  4. Seguramente mi próxima lectura de la autora.
    Besos

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